Ayer, 10 de Octubre, fue el Día Mundial de la Salud Mental. El lema de la campaña (OMS) este año ha sido “Atención de salud mental para todos: hagámosla realidad”. No hay salud sin salud mental.

Según la propia OMS, la salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades. A día de hoy, seguimos estigmatizando la enfermedad mental cargándola de estereotipos perjuiciosos para la persona afectada expulsándola en un gran porcentaje de ocasiones de la vida cotidiana por falta de comprensión y no presupuestando en cantidad suficiente para tener recursos personales y materiales idóneos para tratar de proteger la salud mental.

Tendemos a pensar que cualquier conducta o comportamiento fuera de lugar, inesperado, irresponsable o peligroso obedece al “está mal de la cabeza”. Nada más lejos de la realidad. Necesitamos vivir en un entorno controlado y previsible para nuestra – falsa – tranquilidad, pero esto no significa que debemos tachar de “locura” cualquier acto que se escapa a nuestra comprensión o que podamos expulsar de la sociedad sin opciones, posibilidades y ayuda a las personas que de alguna manera se ven afectas por alguna enfermedad mental.

Este miedo al estigma, abandono o aislamiento social, laboral y familiar o la falta de tratamiento por carecer nuestros servicios sociales y de salud de recursos suficientes, son algunos de los motivos por los que muchas personas no reconocen necesitar ayuda.

Existe profesiones en las que los estudios han evidenciado una mayor incidencia de trastornos tales como ansiedad, depresivo recurrente, de adaptación, de conducta… o lo que se conoce como trauma vicario ( también conocido como estrés traumático secundario o fatiga por compasión). Son aquellas profesiones especializadas en el tratamiento, ayuda, acompañamiento o asesoramiento de personas que sufren problemas de distinta índole. Estos trabajos conllevan un esfuerzo psicológico, una entrega personal y gasto emocional que desde luego no pasa desapercibido por la persona que realiza dicho trabajo. A todos/as nos vendrán a la cabeza los profesionales de salud (especialmente médicos y enfermeras), trabajadores sociales, cuerpos y fuerzas de seguridad etc. Sin embargo, existe una profesión (también esencial como las anteriores) que sufre más el trauma vicario, la ansiedad y el síndrome de burn-out : la Abogacía.

Existen estudios de investigación científica al respecto de la carga que tiene esta profesión por su trabajo continuado con personas que sufren, mucho más evidente en especialidades tales como violencia contra la mujer o doméstica, infancia, determinados delitos etc (p ej Levin, A. y Greisberg, S. (2003). Vicarious trauma in Attorneys. Pace Law Review) . Este estudio vino a demostrar que de los tres colectivos estudiados conformados por proveedores de salud mental, trabajadores sociales y abogados especializados en el trabajo con víctimas de violencia doméstica y asuntos criminales, estos últimos sufrían de niveles SIGNIFICATIVAMENTE mayores de estrés traumático secundario y burn-out en comparación con los profesionales de los otros dos colectivos, debiéndose esto principalmente a la mayor carga de trabajo con clientes traumatizados y por tanto a la intensidad de la exposición a traumas ajenos. A este efecto principal se le añadía la ausencia de supervisión respecto al afrontamiento de dicha problemática” (Miguel Fdez. Galán, psicólogo clínico).

La reexperimentación, pensamientos intrusivos, sentimientos de falta de capacidad de atender el problema, evasión, falta acusada de energía y concentración, frustración o ansiedad son algunos de los síntomas que la Abogacía padece por su labor y agudizada por la precaria situación en que desarrollan la labor, la ausencia de ayuda institucional y el silencio o invisibilidad.

Gran parte de la Abogacía reacciona y “aprende” a convivir con todo ello, sin embargo, una parte importante acaba por fracasar bien por sobreimplicación o por todo lo contrario, desinterés y frialdad. Saber reconocer de dónde vienen estas exteriorizaciones es fundamental para tratar a la Abogacía de manera digna y dejar de precarizar su labor social imprescindible en un Estado de Derecho. Porque no olvidemos que las circunstancias precarias en que desarrollamos nuestra labor se une a esta permanente exposición a desgracias ajenas que tenemos que acompañar: falsos autónomos, el trato al turno de oficio por parte de las instituciones, amenazas, presión, falta de conciliación, desconexión y descanso real, competencia desleal, el trato que nos dispensa la sociedad en general, el continuo cuestionamiento a nuestra labor etc

Manel Atserias Luque, fundador del Instituto de Salud mental de la Abogacía (ISMA- España) , habla de bolsas de pobreza en todos los sentidos dentro de esta profesión. Reconoce no haber imaginado nunca que una profesión de capital importancia para un Estado de Derecho como es España, estuviera tan abandonada y en una situación tan crítica.

Durante los últimos años, varios estudios, tanto nacionales como internacionales, confirman que las abogadas y abogados sufren niveles muy elevados de estrés, ansiedad y burnout ― Estudio sobre la Saludy el Bienestar de la Abogacía Española (2019) eI informe LawyersBurnout (2020)―. Asimismo, la intimidación y el acoso sexual también están muy presentes en esta profesión―Informe Us Too? Bullyingand Sexual Harassment in the Legal Profession (2019)―-

Pero la falta de estudios sistemáticos e investigación médica sobre la abogacía en España y países vecinos es evidente, a diferencia de lo que ocurre en países anglosajones. En un artículo publicado por CBC News, titulado “‘The impact on society is enormous’: In legal profession, depression, addiction hurt clients, too” (“El impacto en la sociedad es enorme: en la profesión legal la depresión o las adiciones también lastiman a los clientes”), la periodista canadiense Nicole Ireland desarrolló el tema del estigma que enfrentan los abogados —mucho mayor al de otras profesiones— cuando hacen públicos sus problemas mentales. Es decir, no solo sufren la enfermedad más que otras profesiones sino que además lo hacen en silencio.

De acuerdo a Joan Bibelhausen, Katherine M. Bender y Rachael Barrett, autores del estudio “Reducing the Stigma: The Deadly Effect of Untreated Mental Illness and New Strategies for Changing Outcomes in Law Students”, la depresión, la ingesta de alcohol y el suicidio ocurren con mucha mayor frecuencia en la profesión legal que en el resto de la población, debido al estigma que provoca en abogados y estudiantes de Derecho tener una “enfermedad mental”, lo que los lleva a no buscar ayuda médica a tiempo.

Los investigadores consideraron que el perfeccionismo es una de las fuentes de estrés más relevantes en la Abogacía: “Desde que entran a la Facultad, aprenden que los errores les costarán caro. Puede ser la humillación de no haberse preparado bien para una clase; o puede ser perderse un plazo o pasar por alto detalles importantes que terminen en responsabilidad disciplinaria. Como sea, los abogados aprenden que simplemente no pueden fallar”.

Otra de las causas que identificaron fue el pesimismo: el Derecho podría ser el único oficio en que el éxito depende de que los profesionales anticipen el peor de los escenarios. “Las mejores demandas anticipan todo eventual daño y los mejores contratos anticipan cualquier posible incumplimiento. En un estudio, aquellos estudiantes que fueron catalogados como personas con permanente actitud pesimista tuvieron mayor éxito académico”.

El pesimismo no sólo permite detectar algo que va mal, sino que también influye en que es más probable percibir lo malo como permanente e inmodificable. Esta negatividad también se relaciona con cómo la sociedad habla de los abogados.

El trauma vicario o indirecto es el mayor factor de riesgo para la Abogacía, según el estudio. Y es así porque en la práctica son los suelen pasar más tiempo que nadie concentrados en los detalles y conversando con quienes sufrieron directamente el trauma (ejemplo claro en mi especialidad, en las negligencias). Y como los abogados sienten esta necesidad de ser y verse perfectos, sumados a su tendencia pesimista, se vuelven muy vulnerable a los efectos del trauma. “No muestran debilidad, no procesan el estrés y lo guardan todo muy adentro hasta que se funden”, afirma el estudio.

Esta visión negativa y perfeccionista con la que lidiamos a diario, el miedo a demostrar cualquier debilidad, el trato continuado con personas con problemas graves, la precariedad laboral en que realizamos nuestra labor (plazos, falta absoluta de conciliación, no desconexión…), el abandono institucional y el trato que la sociedad dispensa a esta profesión esencial en un Estado de Derecho, pata indispensable para la Justicia, son las causas que han llevado a la Abogacía a esta situación crítica. Debido a ello, se empiezan a dar cada vez más, agrupaciones y asociaciones que tratan de visibilizar no solo la necesaria labor que realizamos y los problemas a los que nos enfrentamos en nuestra labor (en todos los frentes) sino a brindar ayuda a compañeros y compañeras que sufren en silencio trauma vicario, burnout, ansiedad o adicciones (especialmente ingesta de alcohol y automedicacion).

– La profesión del abogado es eminentemente humanista y éste debe estar prevenido y preparado ante las posibles consecuencias de brindar un servicio de calidad a sus clientes víctimas de experiencias traumáticas. Al fin y al cabo, tal y como señaló el psiquiatra austríaco Viktor Frankl, autor de la logoterapia: “quien da luz debe soportar las quemaduras”– Miguel Fdez. Galán, psicólogo clínico.


Emilia de Sousa.